Descenso por el Po - Día 5

En Villanova Marchesana, unos hornos en desuso sugieren antiguas catedrales asediadas por la vegetación fluvial

Ya estamos en el umbral del gran delta: el brazo principal continúa hacia el este, pero nos desviamos hacia el llamado Po di Goro, que nos seduce por la belleza del entorno. Las orillas están ahora muy juntas, serpentean a lo largo de los meandros, y en cada curva hay un vuelo general de pájaros. Tomamos tierra en Ariano y seguimos a pie hacia Massenzàtica, intrigados por las llamadas dunas fósiles, testigos del litoral en época romana. Claro, porque la acumulación de materiales aluviales hace que el delta se extienda 70 metros hacia el mar cada año, con lo que a lo largo de los siglos ha desplazado su límite muchos kilómetros. Así ocurre que aún no queda rastro del Adriático y nos encontramos caminando entre antiguas dunas consolidadas por la vegetación: un lugar soleado y silencioso, si no fuera por el zumbido de las libélulas y la llamada de los abejarucos que las cazan. Hermosas aves, migrantes transaharianas, confirman con sus colores la impresión de un aterrizaje en los trópicos.

Parada naturalista en las llamadas dunas fósiles de Massenzàtica, testimonio de lo que fue el litoral en época romana.

Volvemos a la carretera y nos deslumbra un rayo amarillo entre los sauces: se nos ha escapado una oropéndola, un pájaro cantor resplandeciente. Y después, decenas de cormoranes parlotean en el crepúsculo sobre el gran álamo que han elegido como dormidero. Última emoción del día, abrimos el puente de pontones de Gorino y desembarcamos para pasar la última noche. El mar está a la vuelta de la esquina.