De Monte Venda a Venecia...

Así que aquí estoy, en presencia del poste indicador que, en una curva cerrada, marca mi destino a cincuenta minutos a pie. Como es típico de las Colinas Euganeas, pasamos del denso bosque de castaños al matorral de robles pubescentes, encinas y arbustos como madroños y terebintos... pero estos son los días de gloria del scotanus, envuelto en sus plumosas inflorescencias como en una niebla rosada; luego, en otoño, las hojas redondeadas arderán de color y será otro espectáculo.

Como en toda hazaña montañera que se precie, la foto que documenta la conquista real de la cumbre.

Distraído por la flora, llego a mi destino por caminos no precisamente ortodoxos, pero ¡aquí estoy por fin! Del monasterio sólo queda básicamente el campanario y el perímetro de la iglesia, desde cuyo interior se accede a una cripta. Lo que realmente merece la pena, sin embargo, es la vista que se extiende hasta el horizonte del Adriático. En la más cercana de las colinas, el monte Rua, destaca el monasterio camaldulense, del que se distingue claramente el recinto con la iglesia y las celdas de los monjes. Estirando la mirada en la misma dirección, se llega al horizonte donde se distingue la silueta de Venecia suspendida en su laguna.

Y el círculo se ha cerrado, como si idealmente hubiera navegado en un burchio desde el puerto de Vo' Vecchio hasta los cimientos de la Serenissima...