Boccon y el Tenedor del Diablo

Barriles y barricas para el refinamiento de los vinos Colli Euganei destinados a la histórica etiqueta Villa Sceriman.

No es casualidad que el pueblo al que se llega tras unas cuantas curvas se llame Boccon, con una aparente referencia etimológica a Baco, dios del vino y del placer de los sentidos. En efecto, las ondulaciones que lo rodean son sensuales, dibujadas por los viñedos, que más arriba se adentran en el bosque. A lo largo de las carreteras, trattorias y tentadores cerezos.

Subiendo desde Boccon hasta Castelnuovo, el singular afloramiento de rocas volcánicas que la imaginación popular ha bautizado como Forche del Diavolo (Horcas del Diablo).

Continuando el ascenso hacia Venda, la naturaleza volcánica de la zona se hace cada vez más evidente. Con unos prismáticos, sigo a un halcón que desaparece tras una cresta de roca oscura con grietas verticales. Presa de la curiosidad, pregunto a un transeúnte: "¡Son las Horcas del Diablo!". - y dejo que me explique cómo llegar: tengo que seguir durante un trecho la Alta Via dei Colli, marca roja y blanca del sendero nº 1, y luego subir por el bosque. Las Colinas Euganeas son así: las laderas sombrías están cubiertas de castaños, pero donde pega el sol es matorral mediterráneo.

Vista de las estribaciones sudorientales de las Euganeas desde una de las vertiginosas muescas del Forche del Diavolo.

En un momento dado, el sendero se pierde y me limito a seguir la base de las rocas hasta vislumbrar una muesca en su perfil: piedra efusiva, oscura y rugosa, en capas fracturadas por fuerzas primordiales; me asomo, pero enseguida retrocedo porque la pared vertical forma un salto vertiginoso; alrededor, bajo las nubes apresuradas, está la campiña de olivares y viñedos sobre la que se elevan los conos del monte Vendevolo y el monte Lozzo, el más exterior. Me quedo así, con la palma de la mano apoyada en la piedra caliente, escuchando el viento en el bosque. Estoy preparado.