SHARRYLAND
San Costanzo y el Festival Polentara
La rara belleza de las tradiciones que unen a los pueblos
¿Dónde está?
Una alegría que calienta el corazón
Hay sabores y emociones que deben degustarse en el contexto adecuado para apreciarlos plenamente. Si me lo permiten, será un placer guiarles por la que quizá sea la fiesta más antigua de la región de Las Marcas. Viajamos desde Fano en dirección a Senigallia. Es el final del invierno, el Carnaval acaba de dar paso a la Cuaresma. El frío ya lo llevamos en los huesos, y desde lejos vemos las murallas y el campanario de San Costanzo. Hoy, sin embargo, están iluminados por una luz cálida, como tantas pequeñas hogueras, y en el aire hay aromas que llegan hasta nuestros estómagos, que no dejan de responder sonoramente a la llamada.
Al entrar en el pueblo, nos reciben bandejas de polenta caliente con salsa de carne y queso y, alrededor, alegres maestros polentari ocupados en avivar el fuego de las fornacelle, los hornos construidos especialmente para la fiesta, o en dar vueltas a la polenta en los calderos. La alegría de la gente y el parpadeo de las llamas calientan el corazón, mientras nuestros sentidos se rinden y los olores y sabores irradian un agradable calor por todo el cuerpo.
Guardianes de tradiciones
El calor de las hogueras y el crepitar de las llamas que arden en los tenedores representan bien la alegría y la fuerza arrolladora de la hospitalidad que se respira aquí, en San Costanzo. La polenta se extiende sobre las mesas, se cubre con una capa de salsa de carne y se cubre con queso, según la antigua receta celosamente guardada de los carreteros de San Costanzo. La sonrisa con que se la ofrecerán, por imposible que parezca, hará que sepa aún mejor.
Se cuenta que en el siglo XVIII, la nobleza celebraba el Carnaval en el Teatro della Concordia de San Costanzo y mandaba preparar mesas de polenta en el exterior para compensar los excesos de la fiesta y porque se acercaba la Cuaresma. Parte de esta polenta se servía también al pueblo. Esta costumbre continuó hasta el siglo XIX, pero por diversas razones perdió su cadencia anual. Fueron los carreteros de San Costanzo, a principios del siglo pasado, quienes revivieron esta fiesta, que se convirtió en un acontecimiento regular. Hoy en día, es un acontecimiento turístico muy popular, hasta el punto de que se decidió duplicarlo ofreciéndolo también en julio para aquellos que no pudieran viajar durante la Cuaresma.
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