SHARRYLAND
¿Dónde está?
Los secretos del lago
Situado en el Val di Braies (un valle lateral del Val Pusteria) a 1.496 metros sobre el nivel del mar, a unos cien kilómetros de Bolzano, es el lago más grande de los Dolomitas. Pero esto seguro que ya lo sabe. Lo que poca gente sabe, sin embargo, es que esta masa de agua de colores brillantes esconde muchos secretos. ¿Lo habría adivinado alguna vez? Si quiere saber más, aléjese de la playa, donde a menudo hay demasiada gente, y en su lugar tome el sendero que sigue la orilla del lago, adéntrese en la naturaleza que lo rodea, y quizás para entonces se sienta uno con este lugar, tanto que podrá vislumbrar antiguos tesoros hundidos, o quién sabe, si tiene suerte, dos misteriosas damas escuchando desde una barca en medio del agua. ¿Está preparado? Vamos allá.
Cómo surgió el salvaje lago de Braies
Cuenta la leyenda que estas montañas estuvieron antaño habitadas por un pueblo que vivía en estrecho contacto con la naturaleza, tanto que comúnmente se les llamaba "salvajes ". Sus tierras eran ricas en tesoros como oro y piedras preciosas, y a los salvajes les encantaba coleccionarlos para crear joyas. No era por codicia: creían que el oro era un buen augurio para quien lo llevaba. Un día llegaron unos pastores del valle y los salvajes, en señal de bienvenida, les regalaron anillos y brazaletes. A los pastores no les resultó difícil darse cuenta de que los salvajes guardaban un verdadero tesoro y, movidos por la codicia, intentaron robarles por todos los medios. Los salvajes eran fuertes, pero no tan astutos como los pastores, que casi siempre lo conseguían mediante artimañas y engaños. Cansados de esta vida, los salvajes decidieron que era hora de ponerle fin. En sus tierras había manantiales subterráneos. Los abrieron, inundaron el valle y crearon una gran masa de agua para mantener a los pastores alejados de ellos. Así nació el lago Braies. ¿Y el tesoro? Por seguridad, los salvajes lo escondieron en las profundidades del lago y nunca se volvió a encontrar. Cuidado, buscadores: las aguas son profundas y no se pueden engañar. No intente zambullirse, limítese a disfrutar del paisaje, que al fin y al cabo está lleno de tanta belleza que es en sí mismo un tesoro.
Escondido bajo el lago: el Reino de Fanes
Es curioso pensar que la leyenda sobre el nacimiento del lago no es la más antigua relacionada con él. A finales del siglo XIX, un periodista y antropólogo austriaco, Karl Felix Wolff, durante unos estudios sobre el folclore dolomita, se topó con varios fragmentos narrativos relativos al Reino de Fanes. Los estudió detenidamente hasta que se dio cuenta de que lo que había encontrado no era una simple leyenda, sino un ciclo comparable a las antiguas sagas, sólo que de origen ladino. Tuvo que intervenir reelaborando los diversos materiales que había encontrado, incluso integrando partes que faltaban, pero el resultado es un verdadero ciclo narrativo sobre el auge y la caída del Reino de Fanes.
La historia es muy larga y compleja, pero podemos intentar resumirla. Érase una vez un pueblo tan manso que fue capaz de aliarse con las marmotas. Era el reino de Fanes. Su reina se casó un día con un extranjero, que no era manso y, en cambio, aspiraba a conquistar las tierras vecinas, hasta el punto de que, como primer paso, quiso cambiar el escudo de armas del reino: ya no una pacífica marmota, sino un águila de presa. La pareja real tuvo dos hijas gemelas, Dolasilla y Luyanta. Luyanta fue enviada por la reina a vivir con las marmotas para intentar mantener fuerte su alianza a pesar de las decisiones del rey. Dolasilla, por su parte, creció en la corte, abnegada, valiente y aguerrida. Precisamente por su espíritu bondadoso, un día recibió como regalo de los enanos una armadura impenetrable y flechas mágicas, que nunca fallarían su objetivo. Estos dones convirtieron a Dolasilla en el instrumento ideal para las ambiciones del rey: no había batalla que Dolasilla perdiera, cada una de sus acciones era un triunfo.
Pero el destino siempre tiene algo que ver, y así sucedió que Dolasilla se enamoró de un príncipe, Ey de Net. El joven sabía que su amada corría peligro porque un poderoso y malvado hechicero, Spina de Mul, quería la ruina del Reino de Fanes, y para conseguirlo, Dolasilla debía morir. Ey de Net hizo entonces que los enanos forjaran un escudo muy pesado e invencible, con el que acudió a la batalla junto a la princesa para protegerla.
Todo acabó cuando ambos decidieron casarse: el rey montó en cólera y exilió a Ey de Net. Lo que nadie más que el rey sabía era que existía una profecía sobre Dolasilla: sólo sería invencible hasta el matrimonio, después no volvería a luchar. ¡Y esto el rey ciertamente no podía permitirlo! Sin embargo, la solución no fue mejor que el problema: por tristeza, la princesa ya no quería ir a la batalla sin su amado príncipe al lado.
Ahora todo estaba perdido, pero la codicia del rey era insaciable y su campeona, su amada hija, ya no le ayudaría, justo cuando quería atacar un valle muy rico. ¿Qué hacer? Y, desesperado, una idea: huir, traicionar al reino, venderlo a un ejército enemigo y con ello atacar el valle vecino. Poco sabía el rey que ese terrible ejército aliado estaba dirigido por el mismísimo Spina de Mul, a quien no le interesaban las riquezas, sólo quería aprovechar su oportunidad.
El mago preparó su ataque: con un hechizo generó 13 niños que se acercaron a Dolasilla mientras caminaba. Le dijeron que eran pobres y le preguntaron si no tenía algo que darles. Por supuesto que lo tenía, y se lo donó encantada: trece de sus flechas mágicas, una a cada uno. Así fue como cuando Spina de Mul con su ejército atacó el Reino de Fanes, la princesa entró en batalla para defender a su pueblo y encontró la muerte, atravesada por sus propias flechas. La derrota fue total, pero afortunadamente la reina consiguió conducir a los exiliados hasta las marmotas, donde se reencontró con su hija Luyanta. Juntas condujeron a los refugiados a un lugar oculto e inaccesible para todos, bajo las aguas de un lago. Una vez al año, Luyanta y la reina se escabullían, alcanzaban la superficie del lago Braies y desde su barca esperaban el sonido de las trompetas de plata, que marcaría la hora del renacimiento en paz del reino de Fanes.
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