SHARRYLAND
¿Dónde está?
Ha sido cantada por poetas como Leopardi y d'Annunzio. Es una planta muy fuerte, capaz de crecer en entornos adversos. A su determinación añade un alegre color amarillo, y un inconfundible aroma que alegra el alma. En resumen, la retama es una luchadora, pero sin renunciar a la gracia y la belleza.
Históricamente, el uso de la retama en Italia se extendió desde la Toscana hasta el Sur, gracias al clima templado que favorece la planta, y conoció su apogeo en los años 40, cuando, al no poder importar tejidos y materias primas del extranjero debido a la guerra, se produjo en cantidad. En concreto, el proceso de fabricación que lleva de la escoba al hilo encontró su fortuna en Calabria, donde se encontró con otra tradición igualmente antigua, la del tejido en telar. Y es aquí donde este tejido, olvidado durante mucho tiempo, ha empezado a despertar un renovado interés, también gracias a sus cualidades.
Tal vez fuera el carácter obstinado de la retama lo que la hizo destacar a los ojos de los agricultores que buscaban un material para producir fibras textiles resistentes. Y así, estos arbustos, que crecían en el campo y las montañas de Plati, eran recolectados por la comunidad local. Esta excursión a la caza de ramas de retama es el primer paso de un largo proceso... porque la retama es testaruda, no se rinde fácilmente.
El siguiente paso correspondía a las mujeres: recogían las puntas de la planta para formar manojos que sujetaban uno a uno con cuerda. En esta fase, las ramas seguían siendo demasiado difíciles de trabajar. Así pues, los manojos se colocaban en una olla de cobre llena de agua hirviendo y se dejaban allí durante aproximadamente una hora. Después, se sacaban del recipiente, se llevaban al río y se aseguraban en la orilla con piedras. De este modo, el agua corriente lavaba y ablandaba las ramas durante toda una semana.
Tras el remojo, la corteza se desprendía con facilidad, lo que permitía a las mujeres pelar las ramas y dejar al descubierto la fibra interior. Ésta se golpeaba con varillas y se golpeaba contra las piedras del río para que las fibras se liberaran de una vez por todas. Luego se lavaban de nuevo, para blanquearlas, y por último se secaban. Y ahí estaban, por fin, listas para ser procesadas, o casi listas... aún faltaban los últimos retoques: clavadas en tablones de madera, las fibras se peinaban y finalmente se convertían en una masa parecida a la lana. En este punto, las mujeres podían desenvainar sus husos y domar las fibras de la indómita retama hasta convertirlas en un hilo resistente, perfecto para tejer esteras, mantas y sacos de grano.
Tanto trabajo para una estera suena increíble, ¿verdad? ¿Quién dedicaría hoy en día tanto esfuerzo y tiempo a un proceso así? Eh... alguien lo hace en realidad. Las cummare, las mujeres del lugar, mantienen viva esta actividad tradicional y la dan a conocer a los curiosos, ya sea para que escuchen sus historias o para que prueben algunos de los pasos del proceso. Debe de ser una experiencia muy especial, envolvente y, sin duda, agotadora. Apuesto a que los que lo han probado nunca vuelven a mirar las esteras con los mismos ojos.